viernes, 12 de marzo de 2010

IN MEMORIAM

Sé que este no es uno de los principales libros de Delibes, pero es el que yo prefiero.

A él pertenece la historia de Isidoro, un niño que no llegaba a explicarse por qué mientras a todos sus compañeros les preguntaban si eran de pueblo o de ciudad, a él sólo le preguntaban de qué pueblo era.

Isidoro es el protagonista del relato El pueblo en la cara, un texto que leí a los 10 u 11 años de la mano de don Carlos Sahagún, aquel otro hombre bueno, en el instituto de Segovia que ahora se llama Mariano Quintanilla y que entonces era el "instituto femenino".
Quizás estas historias sean tan antiguas como ese tiempo en que las leí, seguramente están tan pasadas de moda que sus personajes apenas sean ahora reconocibles. Pero estoy segura de que fueron ellas las que, junto con algún fragmento memorable de Alfanhuí, de Sánchez Ferlosio, me iniciaron en la gran literatura.

Ya en el año cinco, al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, me avergonzaba de ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): "Isidoro ¿de qué pueblo eres tú?" Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: "¿Te has fijado qué cara de pueblo tiene el Isidoro?", o simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente: "Ese no; que es de pueblo." Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: "Allá en mi pueblo..." o "El día que regrese a mi pueblo", pero a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo valieran dos rectos: "Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara". Y a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia, y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, ni que los espárragos, junto al arroyo, brotaran más recio echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. Y toda mi ilusión, por aquel tiempo, estribaba en confundirme con los muchachos de ciudad y carecer de un pueblo me parecía que le marcaba a uno, como a las reses, hasta la muerte. Y cada vez que en vacaciones visitaba al pueblo, me ilusionaba que mis viejos amigos, que seguían matando tordas con el tirachinas y cazando ranas en la charca con un alfiler y un trapo rojo, dijeran con desprecio: "Mira el Isi; va cogiendo andares de señoritingo". Así, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada. ... Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: "Allá en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao". O bien: "Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies". O bien: "Allá en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón". O bien: Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasco para reintegrarle a la colmena". Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.

"El pueblo en la cara", primer cuento del libro Viejas Historias de Castilla la Vieja, 1964.

2 comentarios:

Unknown dijo...

El universo de Delibes era absolutamente maravilloso y eso se refleja en cualquiera de sus obras. Ésta no lo he leído, pero seguro que lo haré. Un saludo.

I. CAMACHO dijo...

"Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero..." Yo sí lo he leído y me he emocionado mucho al revivir la emoción que un día me causaron estas palabras. Gracias por el recuerdo. Un saludo.